¡Qué Gente, Mi Gente!

El pasado marca el presente (T2E2)

Sobre Este Episodio

Anabela pasa por la plaza, y Josué aprovecha para aclarar varios asuntos que tiene pendiente.

Detrás del Micrófono

  • Alicia La Hoz, Psy.D. Founder & CEO

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El odio, el resentimiento, el dolor y el perdón


“El perdón es como un cántaro restaurado. Quien perdona conoce la sanidad, es liberado del pasado, cambia la amargura por paz, vive un futuro sin temor lleno de esperanza.”

Cuando mi padre tenía solo seis años, su padre abandonó a la familia y se fue a vivir con otra mujer. Como la mayoría de los niños de familias divorciadas, él pasaba mucho tiempo entre el padre y la madre. La madre, habiendo sido abandonada por su esposo, era muy pobre y apenas podía proveer para las necesidades de sus cinco hijos. El padre amaba a sus hijos, pero se sentía dividido entre su primera y segunda familia. Cuando cumplió ocho años, su madre lo puso en un autobús y lo envió al norte del país a vivir con su padre, donde ella pensaba iba a tener mejores oportunidades. Su madrastra lo odiaba, insultaba y maltrataba. Un día en un ataque de ira, le tiró un balde de agua caliente en la espalda, de la comida que estaba preparando para la cena.

Tan pronto como pudo, se independizó y se unió a la Marina de Guerra donde sirvió por cuatro años. Combinando su entrenamiento militar con todo el entrenamiento en carpintería que su padre le había provisto, se convirtió en un hombre trabajador e independiente.

El odio, el resentimiento y el dolor lo siguieron hasta que cumplió 33 años. A cuya edad ya se había convertido en un alcohólico y llevaba una vida muy agresiva, metiéndose en peleas en las barras y con cualquiera que lo provocaba. Durante este tiempo doloroso, comenzó a entender que debía perdonar para salir del alcoholismo, deshacerse del odio y dejar atrás todo el resentimiento que había acumulado durante su niñez. Después de una noche de frustración, reviviendo todas las ofensas pasadas, las lloró y las dejó atrás, convirtiéndose en un hombre nuevo. Mi padre entendió que si no perdonaba iba siempre a llevar consigo un deseo insaciable de venganza.

Él murió a los 80 años de edad, habiendo vivido 47 años libre del dolor emocional que casi lo destruye cuando niño. Cuando nos contó su historia, le daba gracias a Dios por haberlo sacado de esa celda donde el sufrimiento lo tenía atado y se maravillaba de la forma en que cambió su vida. Una vida que pudo haber terminado todos esos años atrás en tragedia si no hubiese entendido que tenía dos opciones: odiar y morir o perdonar y sanar. El escogió el mejor camino. ¿Y tú, cuál escoges?

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